Ana Henríquez Orrego
29 de enero 2009
Viña del Mar
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Para escribir sobre Historia hay dos opciones. La primera es contar ordenadamente un «cuento», la segunda, adoptar o generar estructuras de análisis que permitan abordar explicaciones estructurales. La primera forma involucra arduas tareas de búsqueda y recolección de fuentes, que implicará recorridos, y largas permanencias en bibliotecas, hemerotecas, archivos públicos y personales, que permitirán, luego, pasar a la etapa de ordenamiento cronológico y/o temático, para finalmente emprender la redacción. Comienza allí el despliegue de las armas epistemológicas y conceptuales, pero a lo más se obtendrá un «cuento bien contado». La segunda, sin ignorar la búsqueda y el ordenamiento de las fuentes de información, considera esta etapa como una necesidad básica y rudimentaria. El despliegue de tiempo e intelecto se realiza en la construcción de modelos analíticos que permitan hacer inteligible los innumerables datos desperdigados en las fuentes. La primera opción corre el riego de caer en narraciones interminables y monótonas, por no cercenar hitos y singularidades que le parecen al investigador insoslayables. La segunda opción puede terminar concibiendo realidades que, en lo concreto, no han existido más que en su imaginación.
- Haciendo una analogía con el mundo de las artes, podríamos decir, que el que opta por la primera opción, a la hora de referirse a una obra pictórica, describirá los más minuciosos detalles, desde el rubor del rostro de algún personaje secundario, hasta el tono de los arreboles del horizonte. Mientras que el investigador de la segunda opción, pasará rápidamente desde la descripción a la explicación del contexto y motivaciones del artista, llegando a establecer el perfil psicológico de «todos» los pertenecientes a esa corriente pictórica.
AHO